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En París, la captura de «mulas» que transportan cocaína de Sudamérica

Fueron detenidos a su llegada en un vuelo de Guayana, un territorio francés en Sudamérica, con las maletas o el estómago cargados de cocaína. En el aeropuerto de París, el tránsito de «mulas» no cesa, pese al peligro mortal que representa este tráfico.

En las oficinas de la aduana del aeropuerto de Orly, al sur de París, Henriette*, una mujer de 31 años, con una camiseta negra y cabello corto, espera sentada. Fue detenida a su llegada de Guayana. Tiene los brazos cruzados, la cabeza gacha y la mirada perdida. A su lado está su maleta rosa, en la que los funcionarios de las aduanas vieron masas oscuras en los rayos X.

Una agente la abre: «Aquí solo hay camisetas… ¡Hum! Aquí es otoño, señora».

Henriette no responde. No habla ni una palabra de francés. Solo habla taki-taki, una lengua del oeste de Guayana.

La agente saca siete paquetes de algas asiáticas. Para ella no cabe duda, es cocaína. «No es complicado. Debería ser ligero y suave, pero es compacto y pesa más de un kilo». Los abre, retira las algas, y descubre paquetes cubiertos de adhesivo negro.

Fueron las manos temblorosas de Henriette las que levantaron las sospechas de los agentes. Jean-Pierre, de 21 años, uno de los otros dos detenidos esa mañana, «caminaba como un robot», algo característico de aquellos que llevan droga pegada en los muslos o insertada en el recto.

Relativamente preservada hasta 2011, la ruta Cayenne-Orly (dos vuelos por día) es actualmente una de las más utilizadas para la importación de cocaína sudamericana a Francia.

En 2018, 1.349 pasajeros fueron detenidos en Guayana o al llegar de este territorio, dos veces más que en 2017. Hasta el punto de que las autoridades francesas ya no logran «detener la propagación del fenómeno», según una nota de febrero de la policía nacional que la AFP pudo consultar.

Con 8 a 10 «mulas» estimadas por vuelo, los traficantes intentan «saturar las capacidades de control» para intentar hacer pasar a un máximo de personas, explica Olivier Gourdon.

Algunos son «sacrificados»: sólo tienen un equipaje de mano y, por lo tanto, pasan primero los controles, con poca droga mal escondida, o son denunciados por una llamada telefónica anónima. Mientras que ellos son detenidos, los otros pasan.

La droga, proveniente de Surinam, es comprada por 5.000 euros en Guayana, y es vendida en Francia metropolitana por 35.000 euros. Henriette transporta 8 kilos, dos veces más que el promedio.

– Jóvenes y pobres –

Cuando la droga es ingerida, las «mulas» son llevadas al hospital Hôtel-Dieu de París. Detrás de una puerta blindada, una sala acoge a los detenidos bajo vigilancia médica.

Con un escáner, los médicos logran ver cuántos óvulos fueron ingeridos. En promedio, 60 de 10 gramos por persona, según Nicolas Soussy, jefe de la unidad médico-legal.

Tres días después, y con la ayuda de un laxante rosa, Sylvain, de 26 años, terminó de expulsar sus 49 óvulos de cocaína, bajo la supervisión de un policía.

Por lo general, se registran pocos accidentes. El año pasado hubo dos en Francia. A pesar de la vigilancia, «si una bolsa se perfora, todo ocurre extremadamente rápido», explica Soussy.

La mayoría de «mulas» son jóvenes guayaneses, pobres, que «no tienen conciencia del peligro de muerte», según los médicos, a quienes hablan con más facilidad. Les cuentan a menudo las dificultades de ingerir, el lubricante en la garganta, los óvulos que vomitan antes de tener que recomenzar, los que esconden en el cuerpo porque ya no logran tragar. Y en cuanto al dinero, pese a que tienen decenas de miles de euros en sus estómagos, «solo les prometen unos pocos miles, es increíble», dice uno de los médicos.

– «Un kilo = un año» –

Cada día, el tribunal de Créteil, en la región de París, ve pasar a entre dos o tres «mulas» en promedio.

La inmensa mayoría comparece pocos días después de su detención. Las audiencias duran unos quince minutos, para casos similares: hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, sin diplomas ni recursos. Con un 22% de desempleo en la Guayana, los candidatos sobran.

El tribunal de Créteil tiene fama de aplicar la regla de «un kilo de cocaína = un año de prisión», pero esta política no parece disuadir a las «mulas».

Esa tarde, tres hombres comparecen ante el tribunal. Entre ellos, Thierry, de 28 años, quien fue detenido con más de dos kilos de cocaína, escondidos en su ropa interior, zapatos, maletas y estómago. «¿Es la primera vez que hace esto?», le pregunta la jueza. «Sí». «Sin embargo, veo que hizo varios viajes, en octubre, noviembre, diciembre 2018, abril, mayo, junio 2019», prosigue la magistrada. «Iba a ver a mi madre», le responde. La sentencia: dos años de cárcel.

La siguiente es Henriette. En el banquillo de los acusados, se retuerce las manos y se limpia los ojos con su camiseta.

Como muchos otros, no recibió ninguna educación y vive de las ayudas sociales. A la fiscal que describe la cocaína como un peligro para la «salud pública» en Francia, su abogado le recuerda la miseria de los jóvenes «desatendidos» en Guayana, un territorio francés en gran precariedad económica.

Más bien indulgente ante los ocho kilos de cocaína que llevaba, el tribunal la condenó a dos años de prisión firme. Embarazada de tres meses, Henriette, que tiene ocho hijos en Guayana, dará a luz en una prisión lejos de los suyos.

* Todos los nombres fueron modificados.

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